Cuando uno va a ayudar a un amigo, por ejemplo a pintar, espera encontrar en su nevera un volumen importante de frescas y burbujeantes cervezas, acompañadas de algo para picar, un gran almuerzo, conversación amena y que no te saquen faltas por todo lo que haces, porque tu vas a ayudar, no eres un profesional. Tus amigos entienden tus limitaciones y tú entiendes que solo estás para la conversación. Pasas un rato y vuelves a beber y comer, si te hace falta te invitan a merendar, al vermut e incluso a dormir. Todo sea porque un amigo te eche una mano.
Pero ¡ay Dios! cuando es tu propia familia la que te pide que les ayudes a pintar. Sales de trabajar con tu mejor voluntad, lleno de optimismo y entusiasmo, y nada más entrar escuchas a tu madre que te recibe, no con un hola, sino con un ya era hora. Da igual que le expliques que vienes de Monzón o de Honolulú, has llegado tarde. Das el primer paso dentro de la casa y ya vuelves a escuchar su melodiosa voz, ¿y con esa ropa vas a pintar? ¿No tienes otra camiseta más fea? Ignoras su comentario y te pones al jaleo. Será mejor que termines pronto para poder huir de esa encerrona.
Brocha arriba, brocha abajo, una sudada de elefante, calambres en el brazo y solo oyes su voz, ¡más brío hijo! ¡ahí te has dejado un trozo sin darle! ¡que no pare la brocha! Y mientras oyes esos ánimos, va pasando con la fregona por tus pies molestando y cuando te quejas... para que abres la boca. ¡Qué mal hijo! ¡Cuando tú termines luego me tengo yo que quedar a fregar todo! ¡Si no salpicaras no pasaría esto!.
Tres horas después de este drama, cuando ya has terminado la tarea del día, acudes a la nevera sediento y deshidratado. Y allí está, solitario en todo el volumen de la nevera, como un grano de arena en el océano, un botellín de agua de 0.33 litros. Para cuatro.
Entonces valoras los buenos amigos que tienes.
Gran verdad. Sin duda, de lo mejor que has escrito en mucho tiempo
ResponderEliminarHasta los genios tienen crisis...
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