miércoles, 27 de abril de 2011

QUIEN RÍE EL ÚLTIMO RÍE MEJOR

Nadie que me conozca negará que siempre he tenido un tipo de modelo, con un gran biotipo atlético, una figura escultural más cercana a la perfección que cualquiera de esos metrosexuales pichas flojas. Sabedor de esa superioridad física siempre me he reído y mofado de las gorduras de los demás. Cuando a mi lado se acerca cualquiera portando una gran tripa me gusta señalarla con el dedo, hablar de lo bien que se cuida, hacer chistes para que los demás se rían y dejen en mal lugar al protagonista.

Pero la vida da muchos giros y a mi me ha golpeado.

Era un día normal, ni buen día ni malo, un día normal y me disponía a meterme a la cama. Quizás fueran ya las 22.15 y por eso tenía prisa por apagar la luz, puse el despertador para la mañana siguiente y tal y como hago todos los días me tiré encima de la cama. Pero algo no fue bien. Al entrar en contacto mi sibilino cuerpo con el colchón escuché un "crack" bastante fuerte. Ignorante de la vida como soy miré hacia los lados buscando al culpable pero allí, como todas las noches, estaba yo solo.

Me levanté de la cama y me volví a sentar. Al aposentar mis duras nalgas sobre el colchón noté algo raro, me estaba hundiendo. Levanté el colchón y vi como varias láminas del somier se habían partido. ¿Y ésto? ¿Habría termitas? ¿Cómo se puede romper si apenas me he engordado? Las láminas no mostraban ninguna señal de deterioro exterior ni desgaste. Algo iba mal.

Salí al baño y me puse encima de la báscula, y lo que vi no me gustó. Me había vuelto un ser bonachón, alegre y jubiloso, me estaba volviendo fondón. Nunca más podré decirle a nadie sobre sus gorduras, no más chascarrillos ridículos, no hablar mal de nadie...

Cruz de vida

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