Desde la última derrota infringida por Gandalf al temible Saruman, la vida en la comarca seguía con alegría y tranquilidad. Gandalf y la princesa Laura vivían en armonía en su retiro en el bosque, los pequeños y alegres hobbits seguían consumiendo cantidades industriales de cerveza, los trolls, orcos y demás criaturas oscuras estaban recluidas en sus refugios subterráneos con miedo a la luz exterior o a que Gandalf los convirtiera en conejos y a Saruman hacía meses que no se le veía y según dicen las malas lenguas estaba tramando un plan en su viejo castillo para acabar definitivamente con su archienemigo Gandalf.
Pasó el otoño y comenzó el invierno, y como cada solsticio en la comarca se preparaba una gran celebración, el gran baile, donde todos los habitantes de la tierra media celebraban la llegada del invierno en armonía y paz. Era la fiesta más importante del año y todos vestían sus mejores galas en un clima de entendimiento y de buen humor. Este año era especial, puesto que al día siguiente estaba prevista la pedida de mano de Gandalf a su prometida la princesa élfica Laura delante de los padres de ella, el gran Joaquinevicius y su señora, la reina Piwi. Éste era el acontecimiento más sonado de los últimos meses y todos querían felicitar a la joven pareja.
La fiesta comenzó y todos bailaban entremezclados y al final de la pista de baila coincidieron el Gran Gandalf el Gris con Saruman el Blanco, los dos grandes magos de la región, y según cuentan varios de los hobbits que estaban a sus pies estas fueron las palabras que intercambiaron:
-Querido Gandalf, viejo amigo, enterremos el hacha de guerra y tomemos un brebaje para quitarnos la sed
-Querido Saruman, que nuestra relación vuelva a empezar a partir de ahora
-Invítame a un cubata- dijo Saruman en un alarde de rapidez
-Siempre me toca a mi... pero adelante
Pidieron dos brebajes del indio y brindaron como buenos amigos, comenzando a contarse antiguas batallas y remedios para la tos, sin saber por parte de Gandalf que Saruman había echado una pócima mágica en la bebida de consecuencias desconocidas. El indio empezó a hacer efecto y los sentidos y reflejos se fueron perdiendo hasta que Gandalf decidió irse a casa puesto que al día siguiente tenía la pedida de mano y quería estar presentable. Se despidió de su amada y durmió.
Habían quedado que la princesa Laura pasara a recogerlo por casa del mago para ir juntos a la presentación social ante sus suegros. Ella vestía un gran vestido blanco palabra de honor que dejaba entrever los atributos que la naturaleza le había dado.
Buscó el timbre y no lo encontró. En casa de Gandalf no hay timbre, así que decidió golpear la puerta. Tocó una vez y no hubo respuesta, volvió a tocar y no escuchó nada. Tocó una y otra vez esperando ilusionada cualquier tipo de respuesta, pero del interior de la casa no salía ni un ruido. Esperó cinco minutos más aporreando la puerta gritando desesperada su nombre mientras una lágrima empezó a caer por su mejilla, la esperanza se había roto. Gandalf no bajaría, el dolor fue tan intenso que decidió huir montada en su corcel hacia un destino todavía no escrito.
¿Y Gandalf, dónde estaba? Gandalf estaba despierto en su lecho, con los ojos entreabiertos escuchando los aporreos a su puerta, intentando levantarse, pero una fuerza mágica le impedía despegar su espalda del colchón. Parecía estar bajo la influencia no de bebidas alcohólicas, sino de un hechizo. el hechizo de Saruman, el hechizo de la inmovilidad. Lo intentó todo para poder levantarse y abrirle la puerta, aunque fuera solo para un revolcón, pero no podía, gritó pero no tenía voz, y al final, perdió la fe y una lágrima salió de sus ojos a la vez que su princesa partía sola hacia el más allá
La princesa Laura partió hacia un lugar muy lejano, sola, desconsolada y con mucha ira, sin saber la causa de las calabazas que le había dado su prometido, juró no volver a hablarle, ni a mirarle a los ojos, ni a acercarse a él. Juró vengarse de semejante afrenta, Gandalf nunca más podría dormir tranquilo esperando la venganza de la temible princesa élfica. Laura ni olvida ni perdona. Mientras el inocente Gandalf no pudo, hasta varias horas después, levantarse de su lecho y aunque también salió a caballo detrás de su amada, jamás llegó a alcanzarla.
Mientras a cientos de metros, Saruman reía por la victoria. Había arruinado el día más importante de la vida de Gandalf, su enemigo más acérrimo. Saboreaba las mieles del éxito mientras se tomaba una fresca cerveza del pueblo de los hobbits.
Era la victoria en una batalla, pero no en la guerra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMO CRITIQUES TE CAPO. MÁS TARDE O MÁS TEMPRANO SABRÉ QUIEN ERES