Tras el primer fin de semana de pilares me he dado cuenta de que la crisis de los 30 no llega, sino que te la imponen.
Tú, con tu espíritu juvenil, con tu mentalidad de adolescente, te levantas dispuesto a comerte el mundo, a hacer lo que has hecho todos los años, de fiesta por aquí, de fiesta por allá e ilusionado empiezas a tirar de agenda. Con el tiempo, la mayor parte de tus contactos están en tu teléfono para que parezca que tienes amigos, pero tienes siempre ases guardados en la manga.
Fulanito que está cansado, menganito te promete que solo te acompañará hasta las 3, el otro que ha quedado a cenar con la novia y el otro que se ha ido al pueblo. Resulta que el día que más ganas tienes es ese en el que te das cuenta de que estás solo. Pero aún así sales, de aguantavelas con la esperanza de que a alguien se le caliente el morro y salga de fiesta, pero nada más lejos de la realidad. Terminas nuevamente solo, terminando de drogarte en la primera barra que has visto, maldiciendo tu suerte.
Te has pasado una noche hablando de lo que hacías cuando eras más pequeño, contando tus batallitas por enésima vez, viviendo del pasado en vez del presente, sintiendo envidia por todos aquellos que tienen un grupo de amigos para salir.
Y tú, como siempre, solo.
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